miércoles, 4 de abril de 2012

¿De qué soberanía hablamos?

Treinta años después, un tiempo que no podemos entender.

Pasados 30 años de aquel desembarco, y ante una porción de la sociedad que parece volver a poner las bayonetas por encima de los intereses populares, hay que preguntarse si no es hora de cambiar la fecha de recordatorio de la lucha por la soberanía de Malvinas.


Quiere el calendario que los comienzos de abril hayan tenido no una sino tres citas con la historia reciente. Si no hubiera existido el 2 de abril de 1976 no habría sido posible el de 1982, dijo Gabriel Bencivengo cuando leyó un artículo de quien escribe estas líneas publicado el domingo en Miradas al Sur (“El otro 2 de abril”).
 
El 2 de abril del ’76 es el del discurso de Martínez de Hoz anunciando una feroz redistribución del ingreso a favor de los sectores más ricos de la sociedad. Sin los centros clandestinos y los grupos de tareas, ese plan económico era impracticable. Echados Videla y Viola por un golpe interno dado por un sector del Ejército y los mandos de la Armada, que colocaron a Galtieri en la Casa Rosada, el desembarco en Malvinas no se hubiera concretado.
 
Ese golpe de Estado sacado de la galera hizo una fuga para adelante y llevó a cabo un plan operativo tan infantil como diabólico: mandar a soldados a trincheras en las islas encabezados por –algunos- oficiales cuya única práctica militar era torturar y tirar al mar a militantes populares.
Lo de “algunos” es importante porque muchos oficiales, tanto de la Fuerza Aérea como del Ejército, pelearon con valentía. Pero no debe olvidarse que se estableció como fecha de lucha por la recuperación de las Islas Malvinas el día en que la Junta Militar (Galtieri, Anaya y Lami Dozo) anunciaron el desembarco de un grupo comando en Puerto Argentino.
 
Ese día, la única víctima fatal fue el oficial de la Marina Pedro Giacchino al que muchos todavía recuerdan como “un héroe de guerra”. Cabe recordar que la valiente lucha de los organismos de Derechos Humanos de Mar del Plata logró el año pasado que el Concejo Deliberante de esa ciudad quitara el cuadro con la foto de Giacchino a partir de la cantidad de testimonios que incriminaban al oficial con la violación de Derechos Humanos a detenidos desaparecidos en la Base Naval marplatense.
 
Uno de ellos, lo hizo Alfredo Molinari, un ex subordinado de Giacchino, quien dijo que Giacchino, en 1977, le ordenó matar a un detenido que estaba encapuchado, esposado y de rodillas. Molinari declaró haberse negado por lo cual dijo haber sido arrestado y degradado.
Como la justicia argentina no puede juzgar a personas muertas, las acusaciones sobre Giacchino quedaron en un plano testimonial pero fueron suficientemente contundentes como para que, recién el año pasado, pasara de ser considerado como el merecedor de la Cruz al heroico valor en combate a ser un miembro de un grupo de tareas que luego encontrara la muerte en una acción de guerra.
Pero de una guerra iniciada por una dictadura cívico-militar y sin ninguna posibilidad de obtener un triunfo en el terreno de operaciones. Mencionada esta historia ayer por el autor de estas líneas en el programa Hoy más que nunca de Radio Nacional, el colega Jorge Dorio recordó en un mensaje de texto –antes de que los teléfonos se quedaran misteriosamente mudos– que “la mención de Giacchino como represor motivó la toma armada de Radio Belgrano por un comando encabezado por el nazi Oscar Castrogé y que dejó a Dorio y a Martín Caparrós –conductores de Sueños de una noche de Belgrano y responsables de haber dicho quién era Giacchino– por unas horas encerrados en el estudio y amenazados por Castrogé.
Eso fue un 2 de abril, pero apenas dos años después del inicio de las hostilidades por parte de la dictadura argentina.
Hasta el mismo Raúl Alfonsín, cuando el levantamiento de Semana Santa de 1987, para referirse a los amotinados dijo que muchos de ellos eran “héroes de Malvinas”.
La cruda realidad fue que el motín comenzó el 15 de abril, cuando el mayor Ernesto Barreiro, uno de los más brutales represores del centro clandestino La Perla, tenía que ir a declarar a la Justicia Federal cordobesa y, para evitarlo, encabezó la toma de la sede del regimiento de tropas aerotransportadas de esa provincia.
No sólo lo apoyó el jefe de la unidad, teniente coronel Luis Polo, sino que otro complotado era el también teniente coronel Aldo Rico que había dejado su puesto en Misiones para amotinar nada menos que la Escuela de Infantería, sita en la mayor unidad militar del país, Campo de Mayo.
Aquella Semana Santa de 1987 fue lisa y llanamente un apriete para evitar los juicios. Pasados 30 años de aquel desembarco, y ante una porción de la sociedad que parece volver a poner las bayonetas por encima de los intereses populares, hay que preguntarse si no es hora de cambiar la fecha de recordatorio de la lucha por la soberanía de Malvinas.
Ayer mismo, la presidenta recordó que “esta historia no empezó hace 30 años sino que el año próximo van a cumplirse 180” de la usurpación británica. Eso será el próximo 3 de enero, cuando el comandante John Onslow, al mando de un grupo de soldados ingleses, desembarcó en Puerto Soledad (al NE de la isla homónima) donde había un pequeño contingente de soldados argentinos comandados por el teniente coronel José María Pinedo.
Quizá, esta fecha mencionada por Cristina Fernández de Kirchner sea la que permita tomar perspectiva y dimensión para poder estar en sintonía con el reclamo, firme y latinoamericano, para que los británicos acepten la vía diplomática para terminar con la usurpación.


Esto no significa tirar por tierra las historias, reales, de muchos combatientes, desde conscriptos hasta oficiales de alto rango, que cumplieron con patriotismo su misión entre el 2 de abril y el 14 de junio. Pero por algo recién ahora, con el apoyo de la Corte que declaró imprescriptibles los delitos aberrantes cometidos por –algunos– oficiales contra –algunos– soldados durante ese lapso. Y esos delitos eran una prolongación de la doctrina criminal de la seguridad nacional en la que se habían educado. Querían utilizar Malvinas pensando que la diplomacia norteamericana mediaría y que la entrega del país seguiría consumándose como hasta entonces.

LA ECONOMÍA, SIEMPRE LA ECONOMÍA. Aquel plan económico de Martínez de Hoz tuvo un componente extra, después de un brote inflacionario, y que fue bautizado como “la tablita”. Se trató de una manera perversa de manejar la paridad peso-dólar a partir de enero de 1979. La divisa estadounidense tenía un precio en pesos preestablecido y tenía que dejar provecho a quien comprara dólares.
Es decir, además de crímenes y represión, la vergüenza de la “valorización financiera”, que desembocó en la quiebra de varias entidades financieras antes de que Martínez de Hoz dejara la cartera económica –en marzo de 1981– en manos de Lorenzo Sigaut (ministro del dictador Roberto Viola), quien se hizo célebre por su frase “el que apuesta al dólar pierde”, al disponer el fin de la “tablita”.
Los dictadores estaban sumergidos en una espiral de inflación y devaluación que les costó, a fin de ese año ’81, la abrupta salida de Viola arriba mencionada. Con Galtieri, a Economía llegó nada menos que el liberal y entreguista Roberto Alemann. Esa sola designación, apenas cuatro meses antes de consumar el desembarco del 2 de abril, habla por sí misma del delirio antinacional y antipopular de aquel período de la Argentina.
La salida abrupta de Galtieri, después de la derrota en las islas, llevó a otro minigolpe de Estado que puso a Reynaldo Bignone, otro militar con las manos manchadas de sangre por delitos de lesa humanidad, en la Casa Rosada. Bignone llevó al ministerio de Economía a otro viejo pájaro de cuentas de dictadores, José María Dagnino Pastore, que ya había integrado el elenco de civiles de Juan Carlos Onganía en 1969, cuando el Cordobazo terminó con los días de Adalbert Krieger Vasena. Y al Banco Central, Bignone mandó al joven cordobés Domingo Cavallo.

Cavallo volvió a ocuparse de la Argentina y con el temerario plan de Convertibilidad, que empezó a regir el 1 de abril de 1991, dejó al país al borde de la balcanización en diciembre de 2001, cuando Fernando de la Rúa había vuelto a convocar a Cavallo a Economía. La base del plan era que un peso valía un dólar y que por cada peso que circulara debía haber un dólar de reserva en el Central.

No caben dudas de que la Argentina empezó a recuperarse en términos políticos y económicos a partir del 25 de mayo de 2003. Sin embargo, las ventajas que obtuvieron los grandes grupos económicos (amparados en una serie de ventajas entre las que está una paridad cambiaria que estimula la exportación) se convierten en un tema ineludible de la actualidad. Si se habla de soberanía, es imprescindible mirar el grado de extranjerización y concentración económicas de la Argentina 2012. No es que sea fácil cambiar el poderío de grandes grupos, pero sin ese cambio muchos de los problemas actuales pueden agravarse.

Un reciente estudio del economista Martín Shorr, en base a cifras del Indec y del área de Economía de Flacso, revela que las 50 compañías más grandes de la Argentina –la mayoría con casas matrices en el exterior– manejaban el 50,1% de las exportaciones. Esa cifra trepó a 64,2% en 2001 mientras que en 2010 llegó al 71,7%. Esta es sólo una punta, pero demasiado importante para entender por qué hay un drenaje de divisas al extranjero. El control de las importaciones y de la compra de dólares son medidas que apuntan a tomar conciencia. Una primera manifestación de cierta firmeza para empezar a cambiar esto fue hacer público el desagrado del gobierno nacional ante la remesa de utilidades de YPF durante 2011. Serán necesarias muchas más acciones, desde leyes hasta debates, que sensibilicen a la sociedad. La Argentina no está condenada al éxito ni el mundo muestra un ambiente fácil para profundizar el cambio. Pero sin esa profundización todo va a ser muy difícil.
Fuente: Tiempo Argentino

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